Nexos: La IA y el nuevo orden mundial

Nexos: La IA y el nuevo orden mundial

Elena Estavillo
Hace algunos años las discusiones sobre inteligencia artificial (IA) parecían seguir patrones familiares. A nivel nacional, cada actor desempeñaba papeles más o menos claros: las empresas buscaban crecer, innovar y competir; los reguladores se concentraban en proteger a consumidores y usuarios en sus áreas de competencia; las autoridades económicas impulsaban el crecimiento empresarial para alcanzar metas gubernamentales como el incremento del PIB, la creación de empleo y el aumento de exportaciones.
Este esquema funcionaba relativamente bien cuando los mercados se definían por las fronteras geográficas. Los gobiernos tenían el reto de equilibrar las dinámicas empresariales con la protección ciudadana, mientras las compañías operaban dentro de marcos regulatorios conocidos y estables.
Sin embargo, la naturaleza global de los mercados digitales y la IA cambiaron de manera radical el panorama. De pronto, las empresas no sólo competían en sus mercados domésticos, sino que enfrentaban rivales internacionales con recursos, estrategias y respaldos gubernamentales muy diferentes. Los reguladores nacionales se encontraron con el desafío de proteger a sus ciudadanos frente al uso y desarrollo de tecnologías provenientes de otros rincones del mundo, mientras sus propias empresas necesitaban competir en mercados globales cada vez más desafiantes y concentrados. Esto nos regresa a la política de los campeones nacionales que vivimos hace décadas con el soporte de las aerolíneas bandera o las empresas petroleras gubernamentales. Pero la IA conlleva dimensiones inéditas.
La trampa de la concentración
La IA no es como otros sectores tecnológicos. Sus características crean barreras de entrada que son insuperables para la mayoría de los competidores potenciales. Las enormes inversiones fijas requeridas para desarrollar modelos de IA competitivos han generado economías de escala sin precedentes, donde sólo las empresas más grandes pueden permitirse los recursos computacionales, los datos y el talento necesarios para mantenerse en la cresta de la innovación, sobre todo pensando en desarrollo como los modelos de lenguaje grandes (Large Language Models, LLM).
Esta realidad se agrava por el alcance global del mercado, que de manera paradójica reduce la competencia potencial. Cuando una empresa desarrolla una tecnología superior, puede desplegar esa ventaja a escala mundial casi al instante, creando efectos de red que refuerzan su posición dominante. Hay que reconocer también que nos preceden años de adquisiciones y fusiones estratégicas que pasaron los “filtros” gubernamentales y que han eliminado posibles competidores, creando un panorama donde unas pocas corporaciones controlan tecnologías que definen el futuro de sectores enteros de la economía.
El modelo de innovación basado en el desarrollo de negocios exitosos –startups y scaleups– que después se venden a grandes corporaciones ha generado productos, servicios y mercados que antes no existían y que benefician a millones de personas. Pero la facilidad con la que estos negocios son absorbidos por grandes conglomerados contribuye a la concentración de los mercados tecnológicos globales.
El resultado es una concentración de poder económico sin precedentes en la historia moderna. Las empresas líderes en IA no sólo dominan sus mercados específicos, sino que sus tecnologías se convierten en infraestructura crítica para innumerables industrias y servicios gubernamentales.
El dilema europeo: protección vs. competitividad
Ante esta realidad, Europa optó por priorizar la protección de personas usuarias y consumidoras. La perspectiva europea, cristalizada en regulaciones como el GDPR y la Ley de IA, refleja valores sociales muy arraigados en la tradición democrática europea: la solidaridad, los derechos humanos y la responsabilidad social del Estado.
Esta estrategia tiene méritos evidentes. Las regulaciones europeas han establecido estándares globales de facto para la privacidad digital y el desarrollo responsable de IA, beneficiando no sólo a los ciudadanos europeos sino a usuarios en todo el mundo. Las empresas tecnológicas han adaptado sus prácticas de manera global para cumplir con los estándares europeos. Esta es una realidad en los temas de privacidad, pero la inteligencia artificial ha caminado por otro derrotero.
Sin embargo, hay un dilema fundamental: ¿cómo proteger los derechos de la población sin poner en desventaja a las empresas nacionales frente a la competencia global, donde no privan las reglas europeas? Europa se ha encontrado en la posición incómoda de establecer reglas estrictas que sus propias empresas deben seguir, mientras compiten contra corporaciones de otros países que operan bajo marcos regulatorios más permisivos.
La respuesta europea ha sido buscar colaboración internacional, intentando extender sus estándares por medio de acuerdos multilaterales y presión diplomática. Pero esta estrategia requiere la cooperación de otros actores globales, en especial Estados Unidos y China, cuyas prioridades son muy diferentes.
La apuesta de Estados Unidos: ganar el dominio global.
Estados Unidos eligió un camino radicalmente distinto. En lugar de priorizar la protección de consumidores y usuarias, optó por apoyar de forma incondicional a sus empresas tecnológicas en la competencia global. Esta decisión refleja un cálculo geopolítico claro: el dominio tecnológico es la clave del poder económico y político del siglo XXI.
La estrategia estadunidense ha sido explícita en su objetivo de mantener la supremacía global en IA. Desde inversiones masivas en investigación y desarrollo hasta políticas comerciales agresivas, el gobierno estadunidense ha subordinado consideraciones de protección al consumidor, derechos digitales y ética al objetivo superior de mantener la ventaja competitiva nacional. Se trata de la adopción de la filosofía “move fast and break things” como política pública. Más allá de ello, no sólo se decidió no imponer principios éticos al modelo de desarrollo tecnológico, sino que se prohibe y castiga la autorregulación en materia de sesgos, inclusión y diversidad.
Esta aproximación ha tenido resultados destacables en términos de liderazgo tecnológico. Las empresas estadunidenses dominan casi todos los segmentos importantes del mercado de IA: desde modelos de lenguaje hasta sistemas de reconocimiento de imágenes. Sus plataformas definen cómo miles de millones de personas acceden a información, se comunican y toman decisiones.
Pero este éxito tiene un costo. Al priorizar el dominio tecnológico sobre la protección ciudadana, Estados Unidos ha contribuido a crear un panorama donde unas pocas corporaciones privadas ejercen un poder sin precedentes sobre la información, la comunicación y, en última instancia, la opinión pública a nivel mundial.
El poder político de la IA
La concentración de poder en manos de unas pocas empresas tecnológicas trasciende las consideraciones económicas. Los sistemas de inteligencia artificial, aunque no se hayan originado con ese propósito, tienen la capacidad de influir en decisiones y puntos de vista, determinar resultados electorales, diseminar desinformación y conformar narrativas sin sustento factual.
Esta realidad crea nuevos actores económicos con enorme poder político. Las grandes corporaciones tecnológicas no sólo dominan mercados; influyen en procesos democráticos, moldean el discurso público y determinan qué información es visible o invisible para miles de millones de usuarios.
Los algoritmos que deciden qué contenido aparece en nuestras redes sociales, qué resultados muestra nuestro motor de búsqueda, o qué noticias consideramos relevantes, están configurando de manera activa la realidad percibida por la mayoría de la población mundial. Este poder es político, y su concentración en manos privadas -o públicas- sin medidas de contención, plantea preguntas fundamentales sobre la democracia, la autodeterminación, la soberanía nacional y las libertades.
El regreso a la carrera armamentista
Lo más preocupante de esta evolución es cómo está transformando la cooperación internacional. Después de décadas de progresar hacia un orden mundial basado en reglas comunes, multilateralismo y gobernanza colaborativa, presenciamos un retroceso hacia la lógica de la guerra fría.
La IA es el nuevo campo de batalla donde se libra una competencia de suma cero. Estados Unidos ha hecho explícito su objetivo de mantener el dominio absoluto, no sólo económico sino geopolítico y militar. China responde con su propio modelo de capitalismo centralizado y control estatal. Europa lucha por mantener relevancia mientras defiende sus valores democráticos.
Esta dinámica está destruyendo los avances hacia la gobernanza global colaborativa que se lograron en las últimas décadas. Iniciativas como los acuerdos fiscales digitales, los estándares comunes de comercio internacional, y los marcos multilaterales de derechos humanos se sacrifican en el altar del capitalismo salvaje y la competencia tecnológica sin protección del consumidor.
El resultado es un efecto péndulo que nos aleja del equilibrio colaborativo para regresar a la lógica armamentista tradicional, donde se concibe un solo ganador, un solo liderazgo, una sola visión del mundo. Esta mentalidad no sólo es contraproducente para tratar los desafíos globales que requieren cooperación, sino que también aumenta los riesgos derivados del desarrollo descontrolado de tecnologías tan poderosas.
Los riesgos de la perspectiva eficientista
Una perspectiva que se concentra sólo en el desempeño del mercado y el dominio tecnológico, descuidando los derechos de los consumidores y los efectos sistémicos, subestima los riesgos asociados con la inteligencia artificial. Los sesgos algorítmicos, el abuso de datos personales, las fallas sistémicas, los errores de programación, el mal uso y la apropiación de datos y sistemas por actores malintencionados pueden tener consecuencias devastadoras cuando se despliegan a escala global sin supervisión adecuada.
Además, esta perspectiva no hace explícitas las consideraciones éticas y políticas que están en juego. Al tratar la IA como otra tecnología más sujeta a las dinámicas normales del mercado, ignoramos su potencial para transformar fundamentalmente las estructuras de poder político y social. Además, no contemplar sus efectos en los mercados de armamento, ni las consecuencias reales de su uso en conflictos bélicos o contra la propia población civil, esconde grandes ámbitos de responsabilidad histórica individual y colectiva.
Hacia un futuro incierto
No todas las respuestas a este desafío siguen los modelos estadunidense o europeo. China ha desarrollado su propia estrategia de capitalismo centralizado, donde el Estado mantiene control directo sobre el desarrollo y despliegue tecnológico, impone reglas éticas a las empresas tecnológicas, si bien se otorga grandes márgenes para la vigilancia de la población. Este modelo presenta sus propios riesgos y beneficios, pero demuestra que hay alternativas a la elección binaria entre regulación protectora y dominio competitivo. China también propone la colaboración multilateral para lograr una gobernanza tecnológica global donde los beneficios de la IA no se concentren en unos cuantos países y empresas.
Otros países y regiones están explorando perspectivas híbridas que buscan equilibrar la innovación tecnológica con la protección ciudadana y la soberanía nacional, como es el caso de Japón. Estas experiencias podrían ofrecer lecciones valiosas para desarrollar modelos más sostenibles de gobernanza de IA.
La evolución actual de la inteligencia artificial y su efecto en el orden internacional nos coloca ante una encrucijada histórica. Podemos continuar por el camino de la competencia destructiva, el juego suma cero donde cada actor busca maximizar su ventaja estática a expensas de la cooperación global y la protección ciudadana. O podemos reconocer que los desafíos planteados por la IA requieren respuestas colaborativas que trasciendan las fronteras nacionales.
La inteligencia artificial no es sólo otra revolución tecnológica; es una transformación fundamental de las estructuras de poder que han definido la época moderna de la humanidad, avanzando a una velocidad que nunca hemos vivido. Cómo naveguemos esta transición determinará si avanzamos hacia un futuro más equitativo y democrático, o si retrocedemos hacia viejas formas de dominación y control autoritario con ropas nuevas disfrazadas de progreso tecnológico.

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