La IA no viene a mejorar el mapa laboral, viene a redibujarlo, eliminando puestos que ya no tienen sentido y creando otros que todavía no podemos ni imaginar. | Leonardo Martínez Flores
El anuncio que aparece en un conocido portal de empleos describe el perfil de la persona requerida por una importante empresa mexicana: “Estamos en búsqueda de un contador público, auditor fiscal y financiero altamente analítico y comprometido, cuyas funciones son: garantizar la integridad y veracidad de nuestra información financiera, revisar cada uno de los rubros de los estados financieros, analizar registros contables y verificar su adecuada documentación, …” bla, bla, bla, y termina diciendo: “El trabajo es 100% presencial”.
El problema con este anuncio no es sólo que está buscando una persona que haga lo que hoy en día la inteligencia artificial generativa puede hacer de manera sorprendentemente más rápida y precisa, sino que no está considerando que los procesos y las tareas tradicionales que hoy se siguen realizando en este y muchos otros empleos, simplemente ya no van a existir el día de mañana.
Y ese es, quizá, el aspecto de fondo al que no se le está prestando la atención que merece. Porque el énfasis se sigue poniendo en el uso de la inteligencia artificial (IA) para automatizar procesos existentes, cuando en realidad su mayor potencial está en transformar los ecosistemas de trabajo: no solo en cómo se hace el trabajo, sino qué trabajos seguirán existiendo. La IA no viene a mejorar el mismo mapa laboral, viene a redibujarlo, eliminando puestos que ya no tienen sentido y creando otros que todavía no podemos ni imaginar.
Este desfase no es exclusivo del mercado laboral. Pero el punto que me interesa comentar el día de hoy, es que en México, como en muchos otros países, persiste una histórica desconexión entre los planes de estudio de las universidades y las verdaderas necesidades de las empresas y los gobiernos. Las carreras profesionales se han organizado tradicionalmente como paquetes de materias teóricamente complementarias, pero que en la práctica operan como silos de conocimiento que rara vez se conectan entre sí, o con el trabajo real y los mercados laborales.
Con la irrupción de la inteligencia artificial generativa —capaz no sólo de redactar textos, sino de realizar análisis complejos, generar imágenes y videos espectaculares, escribir código o diseñar estrategias completas de negocio— esos rezagos se están ampliando a una velocidad alarmante. No se trata ya de una brecha entre universidades, empresas y gobiernos, sino más bien de un abismo de falta de entendimiento.
En realidad, los retos de los nuevos modelos educativos van mucho más allá de la simple actualización de planes de estudio. No basta tampoco con capacitar a los trabajadores en las herramientas emergentes y las nuevas capacidades necesarias para usar la IA (el famoso «upskilling»). Lo que realmente se requiere es una reconceptualización a fondo de lo que significa estar capacitado profesionalmente para enfrentar y adaptarse a los continuos cambios que las tecnologías exponenciales seguirán provocando en el ecosistema laboral. Las carreras profesionales armadas con silos acartonados de conocimientos inconexos son ya un anacronismo, y sin embargo son los únicos títulos, atrapados en el pantano de la obsolescencia, con los que seguimos contando para participar en los mercados laborales.
Las universidades y tecnológicos son, en su aplastante mayoría, reacios a los cambios que ellos mismos promueven dentro de las aulas. Eso hace que las modificaciones de los planes de estudio suelen ser cambios cosméticos con nombres que pretenden pasar como modernos y audazmente innovadores; pero que en su espíritu, siguen siendo más de lo mismo.
El contador público que solicita la empresa que se menciona en el primer párrafo es una especie en camino de extinción. Como también lo son muchas otras profesiones ostentadas por personas que no saben cómo desaprender rápidamente para aprender lo que deben saber ahora; o que no entienden el valor de la complementariedad laboral; o que enfocan sus miedos a la pérdida potencial del trabajo por efectos de la automatización, sin pensar en que en un futuro próximo los mayores riesgos son los cambios que la IA generará sobre el ecosistema laboral, lo cual implica que muchos trabajos actuales dejen de existir, no por la automatización, sino porque ya no serán necesarios dentro de los nuevos procesos de producción y distribución.
Las universidades y tecnológicos que reaccionen mejor ante este tipo de elementos, serán los que obtendrán las mayores ventajas competitivas y los que harán las mejores contribuciones al universo laboral creado por las tecnologías exponenciales.
Leonardo Martínez Flores
@LeonardoMa39814
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