La académica del Departamento Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades, analiza el rol de la subjetividad y las emociones en las disputas de lo político, en donde el reconocimiento, la participación y la ética se tornan clave. "Eso de pensar que somos una democracia porque solo votamos cada cuatro años, es una cuestión que todo este proceso ha venido a terminar de botar", plantea la experta.La más reciente investigación en curso de la académica María José López está vinculada a las emociones en política. A partir de la revisión de autores y autoras como Martha Nussbaum, Humberto Giannini y Hannah Arendt, se encuentra ahondando en un tema que, como dice, si bien no es nuevo, resulta pertinente para la realidad local. "Una de las ideas planteadas es que hay momentos políticos donde la manifestación pública de la ira tiene un contenido moral importante", señala, aludiendo a una ira que está "vinculada al descubrimiento y a la denuncia de una injusticia", la que podría describirse como "una ira justa"; misma que presenciamos desplegarse desde el 18 de octubre en adelante.
Esta ira, detalla la académica, "es moralmente necesaria para una comunidad", dado que "tenemos que ser capaces de indignarnos frente a lo indignante", y luego "compartir esa indignación, en el sentido de ser una comunidad que tiene claro que hay cosas que no se pueden hacer".
Situación que cobra relevancia luego de los resultados del plebiscito. “Ese respaldo ciudadano tan amplio y esas ganas de participar mostraron que aquí no hay nadie que esté despolitizado”, señala la doctora en Filosofía, para quien “todas esas cosas que de alguna forma nos vendieron durante tantos años de que ya no éramos ciudadanos sino que éramos consumidores, ese mito se rompió, porque lo que se ha mostrado es todo lo contrario: una ciudadanía que quiere participar, que quiere apropiarse de la democracia y perfeccionarla”.
¿Cómo podemos describir hoy la comunidad política local ante el interés por ejercer el cambio constitucional?
Lo que está sucediendo es que la ciudadanía en alguna medida está retomando su rol protagónico como soberano de la comunidad política. La democracia no tiene sentido si no gobierna el soberano, y los soberanos son los ciudadanos. Eso es en una democracia común y corriente, lo que no siempre se muestra en la cotidianidad, pero en estos momentos, cuando en realidad hubo que salir a la calle a reclamar ciertos derechos, hubo una dirigencia política, unos grupos políticos, unas asociaciones intermedias, que no cumplieron su tarea de poder canalizar estas inquietudes y estas necesidades ciudadanas, y lo que se dio más bien fue una elite bastante ensimismada, que no sabe que tiene un jefe que son los ciudadanos.
Ahora, el desafío va a ser darle un lugar también a esa ciudadanía de manera más permanente en la nueva constitución. O sea, abrir espacios dentro de las formas de representación para una deliberación más ciudadana. Hay formas de institucionalizar esas discusiones y esas deliberaciones, que van en la línea de una democracia más participativa.
Hay una cosa muy bonita de Rousseau en un texto que se llama “La Constitución de Polonia”, en donde dice: “no se contenten con la libertad de los ingleses”, y eso quiere decir votar cada cuatro años. Yo creo que ese modelo de democracia, de pensar que somos una democracia porque solo votamos cada cuatro años, es una cuestión que todo este proceso ha venido a terminar de botar.
Hemos visto desde octubre en adelante de manera persistente el cuestionamiento a lo institucional en diversas formas. ¿Esto podría constituir un llamado también a construir nuevas éticas?, ¿en qué lugar queda el carácter ético?
El carácter ético siempre tiene que estar presente en la política y este reclamo -que es un reclamo por la dignidad- en el fondo es un reclamo ético también. O sea, la demanda no es una demanda específicamente material. Por supuesto que hay demandas materiales importantes: empleo, pensiones, mejor salud, pero creo que lo que está detrás -y eso era bastante claro, sobre todo en las marchas más masivas-, es una demanda por ser reconocidos, que yo soy un ciudadano y tengo derechos y quiero que se me escuche también.
Eso es una demanda ética que llegó a la calle porque no encontró otro canal de representación. Ni los representantes, ni los partidos políticos, ni otras organizaciones intermedias lograron hacer escuchar ese reclamo ético de “quiero ser tratado justamente”, o “ser tratado en mi dignidad igual que tú”. Creo que ese reclamo ético es una de las cosas más fuertes que está detrás de todo esto, y es en gran medida lo que le ha dado fuerza a que estemos ad portas de un cambio constitucional. Estos son momentos donde la democracia se revitaliza.
¿Por qué tenemos tanto miedo al conflicto en Chile?
Hay algunos índices históricos que pueden dar algunas luces de ese rechazo al conflicto que es tan evidente en nuestra sociedad, y que creo que está un poco a la base de estos 30 años y del consenso concertacionista del que participamos todos como ciudadanos. Yo creo que mucho autoritarismo todavía queda en pie como herramienta política. Es decir, esta idea de que es el silencio, no es la deliberación; no es la discusión abierta, sino que solapada. Eso tiene que ver con la vigencia del autoritarismo en Chile, que es una cuestión muy antigua, sin duda muy reforzada por la dictadura.
Una sociedad democrática es una sociedad que está atravesada por el conflicto. Ahora, la gracia es que lo puedo resolver pacíficamente; puedo tener organismos e instituciones que den realmente respuestas a las necesidades. La deliberación de trata de procesar esos conflictos. El conflicto va a existir y qué bien porque de alguna manera no somos iguales. Tenemos que avanzar en una comunidad que tiene que reconocer su diversidad y ojalá que eso ocurra en la mayor medida posible, porque esa diversidad es parte de la riqueza de la comunidad política. La idea es empezar a tener una cultura democrática un poco más franca, un poco más abierta, un poco más conflictiva, pero pudiendo procesar esos conflictos.
Una de las cosas que resalta Humberto Giannini es justamente esta necesidad de reconocer la dimensión creadora constructiva del conflicto. El conflicto bien llevado nos permite tener una vida un poco mejor, nos permite sincerarnos, vivir una comunidad honesta, nos permite mirarnos a la cara y yo creo que hay que rescatar esa dimensión constructiva del conflicto porque es algo que nos hace mucha falta; sino, no vamos a poder enfrentar este periodo que viene con las herramientas que necesitamos para salir adelante con una constitución que sea de todos, si esa es la idea.
En su más reciente investigación en curso, está ahondando en la idea de la ira. ¿Qué tipo de ira vivimos con la revuelta social de octubre?
Estoy iniciando una investigación sobre la emociones en política, y sobre el trabajo de algunos autores, Martha Nussbaum, el mismo Humberto Giannini, Hannah Arendt, entre otros. Una de las ideas planteadas es que hay momentos políticos donde la manifestación pública de la ira tiene un contenido moral importante. Esto es una idea muy antigua que ya está en Aristoteles, donde existe la noción de que hay una ira justa. La ira tiene muy mala fama, es decir, una persona iracunda es considerada como una persona irracional, pero en realidad el iracundo lee la realidad y se da cuenta que hay un daño infringido, una ofensa; entonces cuando la ira está vinculada al descubrimiento y a la denuncia de una injusticia, podemos hablar de una ira justa, que es una ira moralmente necesaria para una comunidad. Nosotros tenemos que ser capaz de indignarnos frente a lo indignante, por decirlo así, y tenemos que ser capaces de compartir esa indignación, en el sentido de ser una comunidad que tiene claro que hay cosas que no se pueden hacer.
Es muy clara esa función reveladora de la ira, para empezar a darnos una explicación de cómo pudimos estar tantos años viviendo una democracia tan incompleta. Es muy importante vivir en la verdad de una comunidad, en las condicione reales. Yo creo que es un cambio notorio.
En esa línea, ¿qué rol juegan las emociones?
Las democracias son espacios de reconocimiento, y el reconocimiento conlleva siempre ciertas pasiones, ciertas emociones que hay que promover, que hay que desarrollar en la ciudadanía. Nosotros no vivimos en una democracia simplemente por un cálculo matemático que hacemos. Estamos en una democracia porque queremos reconocimiento y ese reconocimiento tiene componentes emocionales que son fundamentales.
La solidaridad, la fraternidad, la compasión son todas experiencias que requieren una formación ciudadana emocional muy importante, y construir esa cultura va a ser un cuestión muy difícil, muy larga. Nos vamos a demorar probablemente décadas, generaciones, en instalar las emociones que puedan realmente generar un reconocimiento legítimo del ciudadano chileno cualquiera, no importa cual, se llame como se llame, viva donde viva, tenga la edad que tenga, y bueno, vale la pena pensar en estas cosas a la luz de este proyecto bien a largo plazo que es la construcción de una cultura democrática.Texto: Francisca Palma Lunes 16 de noviembre de 2020