Política, cambio climático y caricaturas con José Rodríguez Elizondo

Abogado, profesor, periodista, diplomático y caricaturista son algunas de las facetas del egresado y académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, quien se reconoce como una persona diversa. A casi dos décadas de su visionario libro "Chile, un Caso de Subdesarrollo Exitoso", aborda el proceso social y político que desembocó en el estallido social de 2019 y el momento constituyente actual. En esta entrevista, además, manifiesta su pesimismo sobre la acción global frente al cambio climático, reafirma su crítica a la diplomacia desarrollada por nuestro país a lo largo de la historia con Perú y Bolivia y amenaza con un libro de caricaturas con todos los políticos, incluyendo a los actuales candidatos presidenciales.“Si le preguntaran a un peruano, dirían que fui un gran periodista. Acá en Chile, los periodistas decían que yo era abogado, los abogados decían que yo era novelista y los novelistas decían que yo era profesor”. Así describe José Rodríguez Elizondo la diversidad de facetas que lo hicieron merecedor del Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2021, una característica que le permitió recorrer el mundo, acercarse a distintas experiencias y conocer a personas de distinto signo político, pero que también lo transformó en “una especie de lobo solitario, no muy gremialista”.
Por esta razón, conversar con el profesor Rodríguez Elizondo significa navegar por una infinidad de temas, que van desde la política coyuntural chilena, la diplomacia, las relaciones internacionales y los grandes conflictos actuales hasta sus anécdotas como caricaturista. En esta entrevista, el egresado y académico de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile advierte de la decadencia de la democracia occidental y de la clase política chilena, en particular, quienes serán los protagonistas de un próximo libro de caricaturas. Sin embargo, uno de los grandes temas que lo inquietan está referido al cambio climático, fenómeno que hace unos 40 años el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Javier Pérez de Cuellar, advirtió que sería el responsable no solo de daños irreparables, sino también de estallidos políticos.
Comenta, por otra parte, que gran parte de su desarrollo profesional es gracias a la "plataforma que me dio mi Universidad de Chile cuando yo era un muchacho. Porque el éxito como periodista que tuve en el extranjero no habría sido tal sin esta base fuerte que me dio la Facultad de Derecho de la U. de Chile".
A casi dos décadas de su libro “Chile, un Caso de Subdesarrollo Exitoso”, ¿cómo lee el proceso sociopolítico que desembocó en el estallido social de 2019?
Fue una anticipación que algunos periodistas hoy rescatan. Estábamos en pleno gobierno de Ricardo Lagos, y ese libro para mí marca la partición de aguas respecto al futuro desarrollo o un retroceso. Estábamos en el peak de una problemática de desarrollo socioeconómico y político. Ahí empecé a plantear lo que hoy se reconoce como déficits de la Concertación, que fue una alianza política de gran proyección, de mucha eficiencia, pero en la que -a mi juicio- se profesionalizó demasiado la clase política, se dedicó a actuar más para sí misma que para representar. Vino un clientelismo muy fuerte, y los políticos jóvenes que empezaban a llegar a la política estaban más seducidos por lo que se llamaba carrera política profesionalizada, con mucho privilegio, demasiado privilegio.
¿Qué responsabilidad política tiene la Concertación en la evolución de este proceso?
Ese libro no quiso ser leído en el contexto que nació. La crítica positiva que -a mi juicio- contenía era: “cuidado Concertación, si seguimos por esta vía viene la decadencia”, si no se abren, no bajan a las bases, si no son representantes políticos reales, si se encierran en sí mismos… Lo que viene después es lo que estamos viviendo. Hoy estamos en el momento más delicado del debate, que es la base de la coexistencia democrática, y donde minorías extremistas -desde el punto de vista del debate- que quieren imponer sus propias ideas porque no hay otras, son las que están dominando a la inmensa mayoría. Los jóvenes de hoy tienen la más absoluta lejanía de los políticos, no los miran como líderes. Yo pertenezco a una época en que cada partido tenía líderes muy sólidos, cuando en la derecha había personas como Francisco Bulnes, en la Democracia Cristiana había una pléyade con Gabriel Valdés, Bernardo Leighton, Radomiro Tomic, Eduardo Frei, gente a la cual los jóvenes respetaban. En el partido comunista estaba Volodia Teitelboim, Pablo Neruda, el Partido Socialista tenía a Eugenio González y el Partido Radical a Juvenal Hernández, ambos rectores de nuestra Universidad. Los políticos de nivel eran de la élite intelectual también.
En este contexto de distanciamiento entre el mundo político y social, ¿cómo observa el desarrollo de la Convención Constitucional?
Yo he escrito mucho contra el fetichismo del derecho, que está muy enraizado en los chilenos, que es la tendencia a creer que frente a cualquier crisis o problema hay que hacer una ley, a nivel macro, una Constitución. Por mis estudios y vivencias en el extranjero, creo que no es la solución. Pero llegado el momento en que se configura un equipo de convencionales altamente representativos en lo sociológico de Chile (son más representativos que la Cámara de Diputados o el Senado), empecé a alimentar cierta esperanza, en que los convencionales iban a captar profundamente la responsabilidad histórica que tienen para abocarse a la problemática político-constitucional y no a la política contingente. Esa esperanza la sigo manteniendo. Después de un primer tiempo algo alborotado, sigo esperando que se imponga esta sensación de responsabilidad de los convencionales.
A la luz de otras experiencias constituyentes latinoamericanas, ¿cuáles cree que son las claves de este proceso?
Tengo una experiencia muy interesante que me tocó vivir en Perú: la convocatoria, desarrollo y epílogo de la asamblea constituyente llamada por la dictadura militar de Francisco Morales Bermúdez. A esa constituyente se llamó por elección libre y democrática, con mucho problema previo, porque entre los militares gobernantes había una facción que quería asegurarse el resultado de la elección, pero Morales Bermúdez fue muy inteligente y sólido en el llamado democrático. Esa constituyente tuvo un primer momento en que quería intervenir en lo que estaba haciendo el Presidente dictador, es decir, en la ejecución de la política contingente. Pero la asamblea estaba presidida por uno de los máximos próceres políticos de la historia peruana, Víctor Raúl Haya de la Torre, un hombre de izquierda. Él, sobre la base de los partidos políticos que concurrieron a la asamblea constituyente, llegó a buenos acuerdos con la dictadura militar, y esta les dio libertad y sacaron una constitución que fue muy notable. Yo entrevisté al dictador para uno de mis libros y, curiosamente, es uno de los políticos más inteligentes que ha tenido el Perú, y lo recuerdo mucho ahora en este momento de seria crisis de representatividad democrática que también vive Perú.
A nivel regional y global, ¿qué visión tiene de las dificultades que experimentan las democracias actuales y de los grandes desafíos globales como la pandemia o el cambio climático?
Tenemos algunos elementos sobre el origen de la decadencia de la democracia en Chile. Pero, además, el mundo democrático occidental está viviendo un proceso de decadencia democrática tan grande que la mayor potencia del mundo ha tenido un intento de golpe de Estado hace pocos meses. El panorama es negro, y frente a él llamo a mis alumnos y lectores es no a desesperarse o cortarse las venas, sino que a reaccionar. No es el momento de abolir la república o discutir cuántas nacionalidades tenemos. Es el momento de enfrentar un problema muy grave, en el cual confluye una pandemia mundial, un cambio climático que nos está quitando el planeta, y confluye una crisis de la democracia que no hay que agudizar, tenemos que acercarnos al centro, que desde el punto de vista de la representación política está prácticamente agonizando.
Frente a la urgencia que representa el cambio climático, ¿queda alguna esperanza en el multilateralismo?
Yo parto de la base de que las catástrofes por lo general no unen, dicho más pesimistamente, desunen. Es el tema de algunas películas cuando se matan por tomar el último cohete para viajar a otro planeta porque la Tierra se está acabando. Yo soy muy aficionado a la ciencia ficción, y algo así percibo que está pasando con el cambio climático. A fines de la década de los ‘60, se dijo que si en 10 años más no se ponía remedio a esta situación iba a ser irreparable. Estábamos en plena Guerra Fría y no hubo líderes políticos capaces de asumir esto, de tender la mano al adversario para decir “en esto tenemos que trabajar en conjunto porque todos perdemos”. Hasta que pasaron los 10 años, se cumplió el pronóstico de Naciones Unidas, y lo que vino después fue cómo evitar que siga progresando el deterioro climático, ya no se trataba de revertirlo, sino que de atajarlo.
El cambio climático ya nos está impactando de manera severa, ¿cree que la voluntad de los gobernantes aún se queda en los discursos?
Yo estaba en Naciones Unidas, precisamente, cuando un gran secretario general, que fue Javier Pérez de Cuellar, hizo de esto uno de los temas básicos de su gestión, y en uno de sus informes planteó que si no se ponía coto a esto, con medidas urgentes de las grandes potencias, los daños no solo serían irreparables, sino que provocarían estallidos. Pasó Pérez de Cuellar, varios secretarios generales, también la ONU entró en un proceso decadente, ya hemos visto cómo muy poco ha hecho de efectivo para la pandemia. No conozco una reunión del Consejo de Seguridad para abordar medidas de apoyo político para combatir la pandemia, y estamos ahora en un momento en que el cambio climático no se percibe por informes de Naciones Unidas, sino que por imágenes de la televisión. Estamos viendo lo que está pasando en todos los países del mundo. En este momento tan dramático, pienso de nuevo en la vieja metáfora del Titanic, mientras esto está sucediendo nosotros estamos discutiendo otros temas que no tienen mucho que ver con la salvación de la humanidad.
¿Cómo enfrentamos este problema conectando el interés ciudadano con las decisiones políticas?
Tenemos una dicotomía muy complicada en este tema. Las grandes mayorías en los países, y en Chile se ve muy bien, perciben en carne propia esta problemática. Son grandes mayorías que quisieran ser representadas por líderes que actuaran y percibieran la misma necesidad de acción de beneficio común y unidad nacional frente a determinados problemas. Si uno mira las encuestas a nivel local, hay una especie de consenso en que solo el 2 por ciento confía en los políticos. Entonces, hay un desfase entre lo que quiere la gran mayoría de la población y lo que están haciendo los políticos, que son los que orientan la acción, porque no sacamos nada con saber que tenemos un pueblo sólido, resiliente y capaz de hacer grandes cosas, como lo ha hecho en la historia, tenemos un país notable. A esta altura de mi vida, he descubierto que soy bastante patriota frente a lo que está pasando, pero no me siento interpretado por la mayoría de los líderes políticos, ahí está el tremendo desfase de la humanidad. Esto se ve también a nivel global, piensa lo que pasa en Afganistán.
A nivel regional, ¿qué visión tiene sobre las actuales relaciones de Chile con Perú y Bolivia tras los litigios en La Haya?
Sobre nuestros vecinos del norte he escrito mucho. Tengo por lo menos cinco libros respecto a la problemática con Perú y Bolivia. Es una percepción enriquecida por haber vivido 10 años en Perú y por tener muy buenos y notables amigos en Bolivia, y mi reflexión tiene asidero en algo que los tratadistas han dicho hasta el cansancio, cuando se entra en una guerra es muy difícil salir de ella, desde el punto de vista de los efectos. Karl Popper dice que ninguna guerra se gana, todas se pierden. Von Clausewitz en su clásico sobre la guerra nos enseña que después de una guerra ganada el vencedor tiene que dormir velando las armas para que no sea víctima del desquite y el vencido tiene que estar armándose para poder desquitarse. Nosotros tuvimos una guerra de tres en que las causas nunca van a ser del todo claras, porque las causas de la guerra siempre quedan en la nebulosa y cada país tiene su historia. Lo importante después de una guerra es cómo se hace la paz, y es ahí donde viene la labor de la diplomacia, y la diplomacia nuestra tuvo muchas dificultades para forjar la paz por los tratados. Un error que cometimos a fines de la década del '40 fue que negociamos bilateralmente una salida soberana al mar para Bolivia, sin percibir que con eso estábamos dañando el tratado con el Perú de 1929, que decía que se tenía que pedir una anuencia previa al Perú. Eso legitimó la ofensiva boliviana para bilateralizar el problema con Chile y el recelo del Perú de que esto significaba que Chile le concedía a Bolivia territorios que le había conquistado al Perú.
¿Cree que es un problema que puede eternizarse?
Lo que digo es que somos víctimas no solo de haber ganado una guerra, lo digo como paradoja, sino que también somos responsables de no haber sabido manejar el problema político-diplomático posterior a la guerra. Los tratados son intangibles dicen muchos juristas, pero yo digo que los tratados son un momento de la posguerra que fija las posiciones para terminar de pelear. Pero, en lo sucesivo, los gobernantes tienen que administrar creativamente los tratados para transformar el tratado jurídico en amistad política y en colaboración económica real. Frente a cada conflicto, la frase de Chile es “Chile tiene una sólida posición jurídica”. Sobre la base de los tratados, tuvimos que habernos esforzado por tener la mejor relación posible, primero con el Perú y después con Bolivia, porque también hay un problema peruano-boliviano. La situación actual es reflejo de una relación en que no ha existido genio político, porque para que se haga esta gran relación que yo postulo con el Perú, que es la base para tener una gran relación con Bolivia, tiene que haber confluencia del genio político conductor, del momento histórico, y de la coyuntura política. Mientras tanto manejemos la diplomacia de gran forma, y este es otro gran tema de mis libros, tenemos que tener una diplomacia prácticamente al 100 por ciento profesional, no designados.
Respecto a su trabajo como caricaturista, ¿qué anécdotas recuerda?, ¿le han traído algún problema?
Yo tengo en mi archivo caricaturas de prácticamente el 99 por ciento de los políticos. Desde que estaba en el colegio que hago caricaturas, tengo mil anécdotas a propósito de ellas. Mis compañeros de Universidad cuando me veían a mí donde estaba sentado se ponían detrás para no ser caricaturizados, porque no tenemos mucho sentido del humor. Sacábamos un diario mural con mis amigos Mario Soto y Manuel Castillo, el cual clandestinamente poníamos en el lobby de la Escuela con caricaturas de los profesores. Recuerdo que un día iba subiendo por la escalera de las gradas de una de las salas de anfiteatro de la Facultad, y Jaime Eyzaguirre, el famoso historiador, me ataja en la mitad y me dice “señor Rodríguez Elizondo, usted no sigue en este curso si no me regala una caricatura que me publicó”. Me dejó helado, pero lo hizo con gran sentido del humor. Alguien le había dicho que había una caricatura de él en el diario mural y fue uno de los pocas víctimas de mis caricaturas que me la ha pedido.
¿Sobre qué temas o personajes le gustaría hacer una caricatura hoy?
Una de mis ambiciones es sacar un libro de caricaturas, pero como he sacado libro tras libro durante todos estos años, no he tenido tiempo de dedicarme a pensar y a proyectar el libro, porque en la imaginación lo tengo diseñado en todas sus partes, con todas las etapas, la caricatura misma va experimentando un proceso, desde la caricatura rudimentaria del colegio a la caricatura collage que hago hoy por falta de tiempo. Tengo muchas caricaturas, por supuesto, de toda la élite política. Tengo a todo el elenco de presidenciables actuales en caricaturas. Para mí es algo divertido que hago entre libro y libro. Como soy diverso, a veces estoy escribiendo un capítulo, me aburro, veo televisión, empiezo a dibujar, lo paso al computador, uso Photoshop y voy combinando estas cosas. Así que puedes decir que estoy amenazando con un libro de caricaturas. En el computador los tengo por abecedario y tengo a personajes en distintas etapas de su vida, a Ricardo Lagos y a Sebastián Piñera, por ejemplo. No sé si divertirían ellos, creo que no tengo mala onda para hacer caricaturas, sino que trato de hacerlas graciosas y captar el gesto.Texto: Cristian Fuentes ValenciaPrensa UChileJueves 9 de septiembre de 2021